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Elecciones, democracia y política

Elecciones, democracia y política
Víctor Andrés Ponce
06 de noviembre del 2015

Sobre la mala política que devora la buena economía

Durante los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García se solía decir que la política y la economía marchaban por cuerdas separadas. La política acumulaba fracasos y la economía sumaba éxitos y logros. Sin embargo, con el triunfo de Ollanta Humala en el 2011, el desconcierto de los mercados oficiales y populares, la caída de los precios de los commodities y el frenazo económico, todos empezamos a aceptar que en democracia no puede haber mala política y buena economía. Tarde o temprano los gases tóxicos de una terminan contaminando a la otra.

De alguna manera algo de eso pasa hoy. Durante el gobierno de Humala ha existido una política que no corresponde a los estándares de la democracia y de la libertad, ya sea por el proyecto archivado de la reelección conyugal o por la exacerbada polarización y el intento obsesivo de judicializar al rival. Los mercados se paralizaron y, de pronto, la mala política se sumaba al desconcierto general de la economía.

El origen de la mala política de los últimos años, de alguna manera, está en la forma de entender la propia política y también en una crisis general del sistema político. Por ejemplo, todos los intentos de buscar convergencias políticas solo han sido gestos para las cámaras. Nunca los acuerdos prosperaron ni se plasmaron en acción pública. Igualmente, en las encuestas de opinión, el Ejecutivo, el Legislativo y el Poder Judicial son sancionados por la desaprobación popular. Ni qué decir de los llamados partidos y de los políticos. ¿Cómo enfrentar esta situación?

En momentos en que los candidatos empiezan a explicar sus programas y a desarrollar sus campañas es hora de que la crisis de la política y la crisis de representación de la democracia formen parte de la agenda electoral. Las elecciones nacionales en una democracia son los instantes privilegiados en que los políticos buscan conectarse con los ciudadanos y las preguntas sobre estos tópicos deberían multiplicarse: ¿Qué nos ofrecen para superar esta especie de bronca callejera en que se convirtió la política durante el nacionalismo? ¿Qué hacemos para que el escándalo y la farándula se alejen de la representación parlamentaria?

En una sociedad abierta como la peruana –de alguna manera lo es- no pueden existir el mercado, crecimiento, inversión y reducción de pobreza al margen de la institucionalidad democrática y el ejercicio de las libertades. En el Perú no existe una dictadura donde la política es ociosa, es accesoria.

Quizá una manera de abordar el tema pase por formular ideas sobre cómo construir un acuerdo nacional más allá de los documentos y la pose para la fotografía. Y un acuerdo nacional no se organiza con los líderes secundarios ni con los tecnócratas estatales, sino sobre la voluntad de los líderes máximos, de los llamados jefes partidarios indiscutibles. Todos los acuerdos de la historia se han gestado de esa manera.

En un acuerdo de ese tipo no se puede obviar la recuperación del crecimiento, la inversión, la velocidad en reducir pobreza, la seguridad ciudadana, ni tampoco se puede olvidar la reforma del sistema político que urge para superar la crisis de representación de la democracia, que es la principal explicación de que la mala política empiece ahora a tragarse a la buena economía.

Por: Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
06 de noviembre del 2015

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