El retorno de la política plebeya

Sobre la estrategia fujimorista en las elecciones

A nuestro entender, las elecciones del 2016 han sacudido las placas tectónicas sobre la que se asentaba la forma de hacer política luego de la caída del Fujimorato y del retorno pleno a la democracia, que avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones. En la segunda vuelta, el fujimorismo alcanzó el respaldo de la mitad del electorado, no obstante haber enfrentado a una feroz coalición política, mediática y cultural. Sin los errores que se acumularon con el affaire Joaquín Ramírez, posiblemente el antifujimorismo no hubiese tenido chance alguna.

¿De dónde entonces proviene la fuerza política del movimiento naranja? Algunos sostendrán que el respaldo proviene de los recuerdos del régimen de los noventa. Es una parte de la verdad. Pero sin el intenso trabajo de bases, villorrio por villorrio, que desarrolló el fujimorismo quizá no habría recuerdo que valga. En otras palabras, el movimiento naranja volvió a la política plebeya y allí están los resultados.

Si observamos la conducta de Perú Posible, del Apra, del PPC, del nacionalismo y de la izquierda en todas sus versiones (excepto el castañedismo en Lima) observaremos que no hay nada que los vincule con la política plebeya. La política reducida a los medios de comunicación y a la pelea en las redes sociales ha reemplazado a la visita a la comunidad colgada en los Andes. Es la política de la democracia post-Fujimori, en la que el medio de comunicación intenta reemplazar al actor político. Todos concordamos en que el futuro de la política está en las redes sociales, pero en una sociedad donde coexisten un Perú formal y otro informal es imposible plantearse la organización de una mayoría nacional al margen de una acción política plebeya.

Ahora bien, la política plebeya no es patrimonio histórico del fujimorismo. Con esa lógica popular Haya de la Torre organizó el Apra, Fernando Belaunde a AP y una audaz generación de izquierdistas logró organizar la Izquierda Unida de los ochenta. En el caso de Belaunde su imagen y su acción se asociaban a la comunidad excluida, al Perú profundo.

Si bien el actual fujimorismo heredó el ADN plebeyo del régimen de los noventa, la relación con el pueblo desde el fujimorato se hacía de arriba hacia abajo, desde la cúpula del Estado y con el presupuesto nacional. El fujimorismo del 2016, en cambio, ha modificado su relación popular, estableciendo una dinámica de abajo hacia arriba y, en ese sentido, recupera una de las mejores tradiciones de la política del siglo XX.

Con los resultados electorales del 2016 y la potencia política del fujimorismo, nadie que se plantee seriamente una estrategia hacia el 2021 renunciará a la estrategia plebeya. Los supérstites de la izquierda, reducidos a los distritos mesocráticos limeños, deberán volver a la provincia para que la chiripa que catapultó a Verónika Mendoza se convierta en realidad. Si la élite aprista desea reconstruir el partido de Alfonso Ugarte deberá resucitar sus mejores tradiciones populares. Y así sucesivamente. Y es evidente que el fujimorismo persistirá con su vocación popular.

Si los actores políticos se movilizan hacia el Perú profundo, agregarán a su actuación mediática en el Perú formal los puentes necesarios para entender las dos sociedades, con grandes diferencias sociales, que ha desencadenado el crecimiento, la impresionante reducción de pobreza y la ampliación de las clases medias en el país. Si eso sucede quizá contemplemos el alumbramiento de un nuevo sistema de partidos, que deberán enfrentar la digitalización y la sociedad de redes que empieza a imponerse a velocidad inusitada.

Víctor Andrés Ponce