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El eterno retorno

El eterno retorno
Víctor Andrés Ponce
18 de julio del 2014

Tarde o temprano, el desastre político siempre afecta a la economía

El frenazo económico va a trastocar los debates sobre las relaciones entre la política y la economía hacia el 2016. Una cosa es un país que crece sobre un 6% del PBI reduciendo la pobreza y la desigualdad sostenidamente, y otra, muy diferente, una sociedad que jadea para conseguir cuatro puntos de expansión económica. Si el 2015 yerran los pronósticos optimistas, entonces, tendríamos el cuadro completo.

Hasta antes del frenazo se tenía la impresión de que la mayoría del electorado en los próximos comicios nacionales iba a asumir una posición conservadora en el sentido de mantener el marco institucional y económico que nos ha permitido un crecimiento sin precedentes. En ese horizonte, una fuerza cuestionando el modelo económico con posibilidades electorales aparecía muy lejana. Sin embargo con una economía frenada y con la reducción de la pobreza en retroceso las cosas son completamente distintas.

Con su conocido cinismo la izquierda apuntará a sostener que la culpa del frenazo es del “modelo primario-exportador y su dependencia de los precios de los minerales” y la escasa diversificación de la economía. La centro derecha y los sectores liberales considerarán que la lentificación se explica porque el régimen envío terribles señales a los mercados, como el intento frustrado de comprar La Pampilla, el discurso presidencial contra el lucro en educación y otros sectores, la asfixiante tramitología, el surgimiento de una burocracia cuasi soviética y la tolerancia frente a los sectores anti mineros que paralizaron proyectos como Conga y Tía María.

Planteada las cosas así, las elecciones nacionales, como en el mito de Sísifo, se parecen a un eterno retorno en que los peruanos estamos condenados a empujar una enorme piedra a la cima más alta para luego volver a empujarla una y otra vez. En cada elección los peruanos tornamos a definir el modelo institucional y económico con el que nos regiremos en los próximos cinco años y, de una u otra manera, honramos nuestra condición de país latinoamericano y veleidoso.

El 2006 y el 2011 estuvimos a punto de acuchillar la economía de mercado. Si el avance estatista nos prosperó fue porque el mundo emergente de los mercados populares todavía es demasiado poderoso en el país. Pero el frenazo no solo de la economía sino de la reducción de la pobreza puede alentar el pesimismo de tal manera que los proyectos bolivarianos podrían desperezarse en sus sepulcros.

Si antes sosteníamos que la perpetua crisis de la política contrastaba con los éxitos de la economía y que los fracasos de la primera no afectaban a la segunda, el solo hecho de volver a poner en cuestión la viabilidad del modelo en el 2016 nos revela que, en democracia, una buena economía necesita una buena política. Porque todo los que nos podría pasar en sentido negativo solo es resultado de la política y punto.

Quizá no se le podía pedir más a un régimen nacionalista que aceptó la economía libre no por convicción sino porque una mayoría social, política y mediática hizo escuchar su voz bloqueando cualquier giro a la izquierda. Quizá estábamos condenados a ese resultado mediocre que se llama frenazo. Pero es evidente que este engendro viene del vientre de la política. ¿Cómo se eligió a un jefe de Estado que antes de asumir el mando no creía en la democracia y el mercado?, una pregunta crucial planteada a los futuros Basadre. Igualmente, en estos años, el Estado se ha convertido en el gran enemigo de la libertad: mientras el mercado triunfaba, los políticos se negaban a reformar al Estado, y se demonizaba a la inversión privada sembrando el bosque de trámites y burocracia, y las instituciones no asumían su responsabilidad permitiendo la corrupción en los gobiernos regionales. En una democracia, pues, el desastre político, tarde o temprano, afecta a la economía.

 

Por Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
18 de julio del 2014

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