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El empresario demonizado

El empresario demonizado
Víctor Andrés Ponce
18 de agosto del 2014

Sobre las raíces virreinales de las ideologías estatistas y populistas de hoy

Los llamados Cornejoleaks nos permitieron conocer a un ministro gritando a voz en cuello porque otro ministro consultaba con empresas petroleras sobre cómo reglamentar la ley de hidrocarburos con el objeto de destrabar 32 proyectos paralizados que representan US$ 2,500 millones de inversión. ¿Por qué al titular iracundo le parecía un acto inapropiado? ¿Había una acción de lobby? ¿No se trataba de agilizar las inversiones? Nadie en su sano juicio, a estas alturas, puede defender el mercantilismo. Es una locura. Todos de acuerdo en que debería normarse hasta el límite la acción de lobby. De acuerdo. Pero de a verdad.

Sin embargo es evidente que el ministro alterado participa de la demonización del empresario, que muchos cultivan en el Perú oficial. La desconfianza en el empresario nos viene de la historia y también de las influencias marxistas, incluyendo el taimado ecologismo radical. El Perú fue centro colonial de América del sur y en el imperio español el sector privado, el empresario, podía ser quemado en la hoguera por hereje. En el Virreinato todo lo pertenecía al rey, no había espacio para el sector privado. El estatismo y la tirria contra el privado nos vienen, pues, de una historia que la república no logró cambiar. En el siglo XX llegó el marxismo, se mezcló con la tradición colonial, y surgió la base cultural e ideológica para todos los populismos y estatismos que nos flagelaron hasta los noventa.

Las reformas de los noventa liberalizaron la economía y desregularon la opresión estatal. En un cuarto de siglo emergió un poderoso empresariado nacional –al lado de la presencia transnacional- que no necesita protecciones arancelarias para competir con el mundo entero y que hasta hoy resiste el contraataque de la vieja cultura e ideología colonial, arropada con el enfoque marxista. Pero la reacción estatista es poderosa. Allí están las sobre regulaciones que ahorcan a la inversión privada y explican que el 70% de la economía sea informal.

Sin embargo las reformas estructurales de los noventa fueron tan poderosas que permitieron el surgimiento de empresas formales gigantescas y, al frente de ellas, de una vasta y mayoritaria red de mercados y empresas informales. Aunque parezca mentira los triunfantes del sector formal e informal comparten problemas parecidos y exigen lo mismo: seguir avanzando en la desregulación de mercados para crecer con más rapidez y formalizar la economía. En la medida que el espacio público oficial tiene escasa influencia en el mundo emergente, aquí el empresario triunfante es admirado, respetado, emulado, porque gracias a su obra respiran los mercados populares y la oferta de trabajo.

Cuando el mundo emergente sea representado en el Perú oficial, consideramos que no habrá espacio para la ideología colonial y su condimento marxista que demoniza al empresario. Quizá vale recordar que la democracia y la libertad existen solo por el desarrollo del sector privado y nada más. No hay libertad sin poder empresarial. O, ¿sí? ¿Alguien conoce una democracia donde el sector privado no sea el mayoritario en la economía y la sociedad?

La civilización occidental y los grandes avances tecnológicos no se explicarían sin los empresarios inventores o los inventores que se volvieron empresarios. Sin James Watt, el principal creador de la máquina de vapor, no habría existido Revolución industrial; sin Thomas Alva Edison no existiría la lámpara incandescente, sin Alexander Graham Bell no habría teléfonos, y sin Henry Ford seguiríamos montando caballos.

¿Cómo seguimos permitiendo que esta ideología virreinal continúe azotando el espacio público y convirtiendo al empresario en un villano? El rey colonial y el barbado Marx hace mucho tiempo están enterrados en el cementerio de las ideas.

Por Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
18 de agosto del 2014

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