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División del trabajo palaciego

División del trabajo palaciego
Víctor Andrés Ponce
12 de enero del 2015

De la virulencia verbal del gobierno no se salvan ni los periodistas            

El presidente Alan García declaró sobre los yerros políticos y económicos del gobierno y, sobre la marcha, el ministro del Interior, Daniel Urresti, y el de Defensa, Pedro Cateriano, salieron a morder al líder aprista. Ambos parecían decir: nosotros también sabemos golpear, miren nuestros colmillos. Unos días atrás, los mismos actores oficialistas desarrollaron el mismo libreto cuando Keiko Fujimori desaprobó la gestión gubernamental. A la lideresa le dieron con todo.

De semejantes mordeduras ni siquiera se salvan los periodistas. La colega Milagros Leiva acaba de sufrir el ataque  de Urresti, el más agresivo de este dúo de reacción palaciega rápida.

Aparentemente a ambos ministros se les ha encargado la labor de ablandar cualquier crítica con el objeto de que el opositor asuma algún tipo de costo si es que decide pechar al gobierno. Todo lo cual indicaría que no estamos frente a un gobierno arrinconado por el affaire Belaunde Lossio que comprometería a la mal llamada pareja presidencial. O también podría suceder que, frente a la evidente crisis en la cúspide palaciega, los titulares de cartera gozan de mayor autonomía y han logrado organizar una especie de división del trabajo.

Aquí lo sorprendente es la agresividad de Urresti que, si bien no cae en la procacidad, hace gala de una vehemencia callejera que no se condice con el cargo. En la actual era de las redes sociales virtuales, en que los cabezazos se lanzan a través del Twitter, la imagen que nos deja el titular de Interior es de alguien que se saca la camisa para trabajar a la boquilla. Sorprendente porque Urresti, hasta antes de la fuga de Belaunde Lossio a Bolivia, era el político oficialista con más aprobación popular y tirios y troyanos comenzaban a vislumbrar la posibilidad de su candidatura presidencial. La violencia lo descompone, lo saca de esa línea de carrera y lo reubica en el mismo lugar del que nunca debió despegar.

Quizá su virulencia sea una especie de salto adelante, una manera de salvar el cargo, después de que la fuga boliviana desvelara, por acción u omisión, la responsabilidad del titular del Interior. En todo caso, Urresti se ha convertido en un disciplinado alfil del régimen que comienza a despejar el camino a Ana Jara, quien desde la PCM asume un papel de representar a las políticas del gobierno. Jara también lanza flechas, pero, poco a poco, su moderación le puede devolver las posibilidades de jugar un papel importante para el oficialismo en el 2016.

Diferente parece ser el caso de Cateriano. Su vocación es la guerra, el choque y la descalificación del oponente. No hay posibilidad de reconocer méritos al adversario. Si por él fuese, habría que encender una hoguera y hacer chicharrón de todo lo que se vincule con fujimorismo y aprismo.

Así están las cosas en el gobierno que propició la mayor polarización política de la democracia post fujimorista.  Nunca se habían derribado tantos puentes ni bloqueado infinidad de caminos en el espacio público, en un preciso momento en que la estrella económica de América Latina comienza a apagarse, en que entramos de lleno a tiempos de desaceleración.

Por Víctor Andrés Ponce
(12 - Ene - 2015)

Víctor Andrés Ponce
12 de enero del 2015

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