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Colisión de poderes

Colisión de poderes
Víctor Andrés Ponce
22 de agosto del 2014

Una democracia requiere, por igual, un buen gobierno y una buena oposición

Nuestra Carta Política establece un híbrido entre el sistema presidencialista y el parlamentario para que ambos poderes se observen con respeto y se controlen cuando uno de ellos se extralimite. El Congreso puede enviar gabinetes y ministros a su casa, y el Ejecutivo puede disolver el Legislativo cuando se derriban a dos consejos de ministros. Semejante arquitectura constitucional está organizada para tramitar casos extremos de crisis de gobernabilidad. Si bien el actual Legislativo no ha censurado sino denegado el voto de investidura en tres ocasiones, vale preguntarse, ¿cuál es la situación extrema que ha desatado semejante situación?

Para nadie es un secreto que el nacionalismo ha desarrollado una polarización extrema con los principales actores de la oposición. Desde su obsesión patológica por inhabilitar a Alan García hasta el manoseo innecesario de un eventual indulto a Fujimori. La oposición estaba con sangre en el ojo y, tarde o temprano, iba a encontrar la manera de pasar la factura. Las intromisiones de Nadine Heredia en la función ministerial y la sospecha eterna de una eventual reelección conyugal gatillaron el desastre oficialista en el Legislativo. El Legislativo le negó al Gabinete Cornejo la investidura por primera vez, pero el régimen no asimiló las enseñanzas. Las cosas continuaron igual.

Sin embargo, luego de la paliza legislativa a dos gabinetes nacionalistas de un total de seis, ¿puede la pareja presidencial continuar manejando los asuntos ministeriales tal como lo venía haciendo? Es imposible.

El mensaje que nos deja la crisis política entre el Ejecutivo y el Legislativo es que la democracia es incompatible con algunos gestos y estilos, a menos que éstos terminen tragándose a la propia democracia. ¿A quién se le ocurrió que la confrontación iba a terminar en una victoria a favor de Palacio? El único triunfo posible de esa política es el del autoritarismo sobre la democracia. No hay otra, ¿o sí?

Sin embargo ángeles y demonios contemplaron indiferentes el desarrollo de un escenario donde la exclusión y la eliminación del adversario eran las notas distintivas. La guerra antes que la política. El fuego cruzado se volvió tan intenso que nos olvidamos que el crecimiento económico estaba íntimamente vinculado a la democracia y, tarde o temprano, la mala política iba a afectar el crecimiento. Hoy el conflicto ha crecido en intensidad y se libran batallas entre el Ejecutivo y el Legislativo en medio de un frenazo económico que comienza a aterrar a todos los especialistas.

Algo tiene que cambiar radicalmente en la cúpula de Palacio. De una u otra manera, el jefe de Gabinete y los ministros deben recuperar el poder que la Constitución les reconoce por asumir las responsabilidades políticas y penales del refrendo ministerial. De lo contrario, la cosa está cantada: los amagues de una crisis de gobernabilidad se volverán endémicos y la democracia y el crecimiento económico estarán en cuestión.

Si bien la oposición política en el Congreso ha cumplido con su deber de controlar los excesos de Palacio y vigilar al milímetro la alternancia en democracia, es evidente que también plantea enormes interrogantes. Si el fujimorismo y el aprismo se cohesionan contra cualquier guiño autoritario parece razonable, pero dejarse llevar de las narices por la izquierda que pretende cambiar el modelo económico para tentar el estatismo sorprende y confunde.

¿Las reformas económicas actuales no se gestaron durante el fujimorato? ¿Alan García no se ha pasado criticando al gobierno por su incapacidad de convocar nuevas inversiones privadas? Sin embargo, en las horas de incertidumbre legislativa todos parecían competir solicitando la cabeza de los ministros proinversión. Siempre vale recordar que una democracia saludable no solo requiere de un buen gobierno sino también de una buena oposición.

Por Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
22 de agosto del 2014

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