Cien días y el déficit político

Aciertos y errores de la nueva administración

En los primeros cien días de la administración PPK se ratifica lo que todos los analistas y observadores señalaban con respecto a la manera como se organizaba el nuevo Gabinete: mucha tecnocracia y poca política. El asunto es tan evidente que pocos se escapan de esta nota característica del nuevo Ejecutivo.

Quizá el principal error político del nuevo Gobierno es que se abstuvo de denunciar el deterioro económico, social e institucional en que encontraba el país. De alguna manera las políticas de alianza de la segunda vuelta (claro apoyo del nacionalismo nadinista) continuaron abonando para que el oficialismo se negara a denunciar que recibía un país con hueco fiscal y con una desinstitucionalización tan desatada que, sin lugar a dudas, había surgido uno de los estados más sobrerregulados de la región, en donde medraba una burocracia enemiga de los cambios y propensa a la corrupción.

Pero no solo se nota el yerro en el big picture, sino que en la administración sectorial también se percibe al tecnócrata antes que al político. Lidiar con una burocracia amparada por la sobrerregulación estatal requiere establecer problemas principales, secundarios y accesorios a resolver; y demanda un juego de alianzas para golpear por etapas y evitar que toda la maraña burocrática se vuelva en contra del ministro que sueña con una reforma. Por ejemplo, ¿algo de eso no le está pasando a Patricia García, ministra de Salud?

Carlos Basombrío antes de ejercer el sector Interior venía precedido de experiencia política, como hombre muy discreto en el análisis. Sin embargo, ya en Interior quiso pelear en todos los frentes: enfrentar a la criminalidad que tomaba las calles y a la corrupción dentro de la policía. Al final se han desatado disputas intensas dentro de la institución policial, dentro del frente interno, que pueden terminar bloqueando la guerra contra los criminales en la calle. El general Naranjo en Colombia hizo todo lo contrario: primero definió la batalla en la calle, la ganó, y en ese camino, acabó con la corrupción policial.

En medio del déficit de política del nuevo Gobierno, el presidente del Consejo de Ministros, Fernando Zavala, parece convertirse en la excepción. El hombre ha demostrado una paciencia oriental en sus relaciones con la mayoría legislativa; y como buen político, incluso, ha puesto la otra mejilla para conseguir los resultados que se proponía.

Sin embargo Zavala necesita transformarse en el plenipotenciario del jefe de Estado, la persona que organice y coordine la actividad de los ministerios. Necesita hacer sentir su mano. Y como dicen los viejos asertos: al poder no solo se le respeta, sino que se le teme. Por ejemplo, el conflicto social de Las Bambas estalló porque no hubo un mapa de riesgos de toda la administración, que tuviera los clásicos colores rojo, amarillo y verde. Y tampoco hubo una orden clara, un sentido de urgencia, para relanzar la presencia del Estado en la población luego del abandono nacionalista. En este tipo de casos se necesita, pues, al jefe político gubernamental.

Ningún peruano de buena voluntad puede apostar por el fracaso del gobierno de PPK. Algo así sería organizar un escenario incierto que podría tragarse los avances democráticos y económicos de las últimas décadas. El fracaso pepekausista solo le interesa al Frente Amplio y a la izquierda. Un claro ejemplo: las ONG que desinforman sobre Las Bambas tienen clara orientación frenteamplista. En este contexto, ¿cuál es el nuevo posicionamiento del gobierno en los primeros cien días de gestión? ¿No es hora de desmarcarse del antifujimorismo cerril? Quizá absolver estas interrogantes le permita al Ejecutivo resolver el gran déficit político que ha mostrado.

Víctor Andrés Ponce