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Autodestrucción palaciega

Autodestrucción palaciega
Víctor Andrés Ponce
23 de julio del 2014

¿Hacia dónde conduce el estilo de Nadine Heredia de manejar el poder?

El nombramiento de Ana Jara a la presidencia del Consejo de Ministros y la postulación de Ana María Solórzano a la presidencia del Congreso por la bancada nacionalista, nos señalan que la influencia de Nadine Heredia en el régimen se vuelve maciza e incuestionable. Semejante proceso sucede no obstante que la desaceleración de la economía se agrava y la popularidad del régimen se desploma. Es como si un barco se desarmara por navegar bajo tempestades y el capitán insistiera en seguir la ruta autodestructiva. ¿Para qué? ¿Cuál es el fin? Debería haber un cambio de rumbo.

La candidatura de Ana María Solórzano podría ser un tema de estudio sobre cómo entender la anti-política. A sabiendas de que semejante postulación podía generar una escisión partidaria se insistió con la candidata de Heredia. Hoy, la bancada nacionalista es más débil que antes. Se dijo que era un asunto de programas y, como en las profecías auto cumplidas, los disidentes comenzaron a reivindicar el plan de la Gran Transformación. Pero, ¿los facciosos no son los mismos que acompañan a Humala en sus tres primeros años de gobierno? ¿No son los mismos que acaban de votar a favor del paquete reactivador de Castilla? Todos los argumentos oficialistas parecen encaminados a justificar cualquier despropósito si viene del despacho de la Primera Dama.

A estas alturas ya no se puede hablar de que los manejos políticos del oficialismo correspondan a los fueros estrictos de la política. Pueden vincularse a los de la soberbia, la vanidad o cualquier otro tópico, pero ya nada tienen que ver con el arte de lo público. ¿Por qué lo decimos? Porque este estilo autodestructivo comienza a impregnar a todo el régimen y empiezan a atisbarse visos de una crisis de gobernabilidad. Un solo ejemplo: Ya no parece haber técnicos o candidatos idóneos para asumir carteras ministeriales. Los rumores nos indican que, en el relevo del gabinete Cornejo, casi ningún independiente aceptó.

Es evidente que no solo se necesita enfrentar la desaceleración económica del país sino que el sistema democrático necesita una inyección de gobernabilidad, pues ésta ha sido torpedeada sistemáticamente desde un lado del oficialismo. En ese sentido la posibilidad de que la oposición asuma la mesa directiva del Congreso aparece como una clara alternativa para lanzar nuevos aires al sistema político. Recordemos que ninguno de los tres gobiernos democráticos post Fujimori tuvo mayoría absoluta en el Congreso, que se desarrollaron alianzas y que los partidos, de una u otra manera, aprendieron que el obstruccionismo parlamentario acabó con la democracia en 1945,1968 y 1992.

Una mesa directiva de la oposición obligaría al régimen a dialogar y negociar como se hace en cualquier democracia con relativa salud, y pondría el hombro a la lucha contra la desaceleración y la inseguridad ciudadana que debe impulsar el Ejecutivo. Pero, sobre todo, la oposición en el Congreso podría terminar con este estilo autodestructivo que comienza a teñir todas las conductas oficialistas y que amenaza extenderse a todo el sistema institucional. Y ya sabemos que las democracias adquieren enfermedades terminales cuando no enfrentan los problemas que las debilitan.

Por Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
23 de julio del 2014

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