Antifujimorismo en salmuera

Sobre la situación carcelaria de Alberto Fujimori

Horas antes de elegirse a la nueva presidenta del Legislativo (fue elegida con 87 votos) y de que el jefe de Estado electo asuma el cargo, el rumor de un supuesto indulto a favor de Alberto Fujimori se convirtió en una verdadera “bola” entre la élite limeña. El asunto sonaba tanto que Ollanta Humala, en su calidad de presidente saliente, concedió una entrevista para desmentir la posible gracia presidencial. La histeria izquierdista desatada, como se dice, volvió a una tensa calma.

Sin embargo el tema estaba sobre la mesa y la mayoría de analistas coincidía en que, de todas maneras, este año se iba a modificar la situación de carcelaria de Alberto Fujimori. PPK señaló que no otorgaría el indulto, pero que sí firmaría una ley que le permita cumplir su condena con arresto domiciliario, por razones humanitarias. ¿Qué terremoto ha sucedido para que todos comiencen, con cierta amplitud de criterio, a discutir la situación carcelaria de Fujimori? Únicamente la izquierda aparece atrapada en un fundamentalismo antifujimorista.

Todo parece indicar que todavía no hemos leído una de las consecuencias inevitables de los resultados de la última elección nacional. El hecho de que el fujimorismo haya logrado la mayoría absoluta del Legislativo y que se haya convertido en la primera fuerza política hace imposible pensar la democracia, la gobernabilidad y el funcionamiento de las instituciones al margen de cierta colaboración con la mayoría naranja. Pensar lo contrario no es pensar en la democracia y seguir proponiendo, en la práctica, una confrontación de consecuencias impensadas.

En la lógica de colaboración entre Ejecutivo y Legislativo parece inevitable, al margen de que el asunto no sea explícito ni verbalizado, que la situación carcelaria de Fujimori revolotee en las agendas. Los representantes del pepekausismo y del propio fujimorismo pueden negar el tema para las tribunas y los periódicos, pero el problema permanece. De allí que la modificación carcelaria de Fujimori aparezca como una real posibilidad.

Ahora bien, si cambia la situación carcelaria de Fujimori, una de las principales razones de la polarización fujimorismo versus antifujimorismo se convertirá en una página volteada. Si se avanza en ese sentido, se moverían las placas tectónicas que han organizado la política en los últimos quince años.

Y si le agregamos las imágenes en las que el fujimorismo otorga investidura al Gabinete Zavala, en la que se conceden facultades delegadas y en que la colaboración no niega una clara oposición, todos los relatos construidos en contra del fujimorismo empezarían a desmoronarse y quizá, por fin, experimentaríamos una transición política que supere la polarización fujimorismo versus antifujimorismo, que se desencadenó luego de la caída del régimen de Alberto Fujimori.

¿Wishful thinking? Puede ser. Pero muchas cosas nos indican que las relaciones que plantea la izquierda con el fujimorismo son absolutamente inviables, a menos que la democracia y la gobernabilidad no nos interese un comino. A la izquierda no le falta razón en oponerse a superar la polarización que ha envenenado el espacio público. En realidad semejante escenario responde a una estrategia de poder elaborada con paciencia e inteligencia por la izquierda. Por ejemplo, semanas antes de la primera vuelta se discutía si el Frente Amplio superaba la valla electoral, pero este movimiento casi ingresa a la segunda ronda gracias al discurso antifujimorista. Sin este anti la izquierda retornaría a su natural (por ideas y programa) espacio de secta.

Víctor Andrés Ponce