Antifujimorismo con los nervios destrozados

Humala y Toledo causan estrés incontrolable

La confirmación de la prisión preventiva de Ollanta Humala y Nadine Heredia vuelve a encontrar al antifujimorismo con la guardia baja y los nervios destrozados. Y es que las órdenes de prisiones preventivas contra Alejandro Toledo y Ollanta Humala, de una u otra manera, han movido las placas tectónicas de la política peruana de los últimos quince años. Ahora es bien complicado proclamarse anti y liderar la lucha contra la corrupción. De allí que, en los últimos días, el antifujimorismo haya comenzado a desarrollar una campaña de antipropaganda señalando que a Keiko Fujimori y a Alan García se les trata con guante de seda, mientras que a las panacas antifujimoristas se les empuja detrás de rejas.

La campaña se basa en la suposición de que Marcelo Odebrecht habría dicho algo que embarra a los dos políticos y que el Ministerio Público no quiere tomar cartas en el asunto. Pero en los casos que vienen de Brasil hay poco espacio para la especulación —a diferencia de lo que sucede con las “investigaciones periodísticas” del antifujimorismo— porque, de lo contrario, Toledo y Humala no estarían con órdenes de prisión preventiva. Hay testimonios, testigos (gracias a las investigaciones de Perú 21), reuniones, viajes y, en el caso Toledo, transferencias bancarias indirectas con vinculaciones directas.

Pero el nivel de estrés del antifujimorismo se dispara cuando las campañas por dividir a Fuerza Popular, enfrentar al Ejecutivo con el Legislativo, también comienzan a fracasar en todas las líneas. Uno de los últimos engreídos de este sector, Kenji Fujimori, comienza a agotarse con su desesperado y exagerado histrionismo. Peor aún, las últimas encuestas señalan que las campañas del antifujimorismo no causan yaya naranja.

¿Qué significa todo esto? Quizá asistamos al fin de una política que se convirtió en uno de los “detergentes políticos” más poderosos conocidos. Gracias al antifujimorismo el pícaro pasó como decente, el profesor de aula como académico e intelectual y el político tradicional como campeón de la lucha anticorrupción. La posibilidad del fin de esa política lleva implícito también el fin del veto a un movimiento político. Cambiar ese horizonte significa aceptar la posibilidad de que el fujimorismo en alguna ocasión pueda llegar a ser gobierno como parte de la gimnasia democrática. En una nueva política a nadie se le ocurriría, por ejemplo, decretar la inamovilidad de más de 100,000 policías en medio de las elecciones generales.

A entender de este columnista, el antifujimorismo es una de las cosas más nocivas de nuestra reciente historia republicana porque, de una u otra manera, está atascando el mejor momento de nuestra historia, un momento en el que el Perú podría dar el salto hacia el umbral del desarrollo. Cancelar esa etapa tiene, pues, que ver mucho con el futuro de la democracia.

Pero no solo es el azar el que se ensaña con los dioses antifujimoristas. La posibilidad de un entendimiento Ejecutivo y Legislativo, el desarrollo de una oposición que combine fiscalización y crítica con convergencias y entendimientos se convertirían en el mejor disolvente de la densidad del antifujimorismo.

El gran problema es que si se acaba el antifujimorismo, ¿cuál sería el futuro de ese establishment que en los últimos quince años se dio maña para permanecer en el Estado? Se acabaría, pues, la justificación de todos los lanceros del anti.

Víctor Andrés Ponce