Alberto en su laberinto

La decisión de un tribunal del Poder Judicial de procesar al ex presidente Alberto Fujimori por el caso Pativilca, estableciendo que la gracia otorgada por el presidente Kuczynski no alcanza para el mencionado juicio, es un duro revés para los sectores que defienden el indulto. Luego de esta sentencia, seguramente las alertas en migraciones se encenderán y las posibilidades de emigrar del ex jefe de Estado se reducirán considerablemente. Si descontamos que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, una entidad ideologizada y partidarizada, también irá por la revisión del indulto, entonces no es exagerado sostener que todo podría revertirse.

Pero, ¿cómo así se desarrolla esta ofensiva política e institucional contra el indulto? Quizá la gran explicación tenga que ver con cómo se desencadenó el indulto para Fujimori. La coalición mediática antifujimorista y palaciega siempre sostuvo que el indulto era obra y gracia de la buena onda de un Kenji Fujimori, al que se levantó hasta donde se pudo. A partir de allí la naturaleza de la política como un asunto de correlaciones de fuerza fue relegada del análisis. Kenji y los Avengers habrían de convertirse en los actores del indulto.

Sin embargo semejante aproximación no resistía la menor contraargumentación. ¿Acaso alguien creía que el bloque antifujimorista, que ha organizado el poder en los últimos quince años de democracia, iba a aceptar las caricaturas de Kenji? La única explicación del indulto que se otorgó es, pues, un asunto de fuerza. En los primeros dos años los choques Ejecutivo-Legislativo, el licenciamiento del Gabinete Zavala y la coyuntura de la vacancia fueron batallas que —al margen de las razones y justificaciones— antecedieron al indulto.

La estrategia de Alberto Fujimori de acelerar el indulto a través de la fractura de Fuerza Popular, en gran parte, ignoraba las razones por los cuales se le otorgaba el indulto. Incapaz de superar el estilo mesiánico con el que siempre hizo política, el ex jefe de Estado no solo fracturó al movimiento fujimorista que había gestado el indulto, sino que luego pretendió dirigirlo como si nada hubiese pasado bajo el sol en las últimas dos décadas, como si Vamos Vecino estuviese vivito y coleando.

El resultado de la estrategia de Alberto: desconcierto general en el bloque fujimorista y en los defensores del indulto, y guerra popular prolongada del antifujimorismo, más allá de que el asunto no haya prosperado en las calles. En este contexto, el keikismo defiende el indulto, guarda silencio, se opone a las decisiones de los jueces y hace respetar los fueros del Congreso frente a la Corte IDH. Pero ya no existe esa fuerza que hizo estallar en pedazos el bloque antifujimorista.

El suscrito considera que la sentencia a Fujimori es injusta y que se redactó fuera de los tribunales para consolidar la estrategia contractual y financiera de una izquierda ávida de engordar sus respectivas ONG. Y si bien nunca pensó que Alberto Fujimori estaba cerca de un Mandela, quien convirtió una prisión injusta en un triunfo histórico, nunca imaginó que el ex presidente habría de acumular tal cantidad de errores políticos, sobre todo cuando el indulto era un hecho histórico inevitable, un asunto de meses o quizá semanas, que no necesariamente estaba vinculado a la vacancia o no del presidente Kuczynski.

Si en la terrible hipótesis de que la gracia presidencial se revirtiera, un nuevo indulto parece difícil de imaginar para un hombre injustamente encarcelado que hizo demasiado por el Perú. Más allá de las miserias vargallosianas, chavistas y caviares.