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Alan: entre el estadista y el caudillo

Alan: entre el estadista y el caudillo
Víctor Andrés Ponce
19 de julio del 2017

Reflexiones sobre la crisis del Apra

Nadie que haya sido elegido dos veces presidente por el sufragio de todos los peruanos está fuera de la historia. Alan García, entonces, es parte de la historia del Perú. Nadie que haya tenido un primer gobierno pésimo, desastroso, y luego haya detenido la amenaza chavista en el 2006 y desarrollado un segundo gobierno positivo, puede ser ignorado en la política nacional. El ex presidente aprista es protagonista de todos esos procesos. Sin embargo, al parecer Alan García ha decidido ponerse de espaldas a todos sus activos políticos históricos, porque relativiza la importancia del Partido Aprista para la democracia y el proceso político actual. Y al optar por este camino empequeñece todos sus logros y, de pronto, el estadista se difumina y comienza a quedar el caudillo que considera que la historia empieza y termina con él.

Cuando tirios y troyanos consideraban que el XXIV Congreso del Apra iba a significar un giro programático e ideológico del viejo partido del siglo XX a la luz de la nueva revolución industrial, que iba a encarar el virtual proceso de liquidez que enfrentan los estados, los partidos y las instituciones de centurias pasadas, en el partido de Alfonso Ugarte se produjo una fractura a contracorriente del legado de Víctor Raúl Haya de la Torre. ¿Puede analizarse este proceso al margen de la influencia de García? De ninguna manera.

Cuando todos consideraban que el Congreso del Apra iba a establecer un jubileo partidario para recuperar cuadros políticos alejados e, incluso, volver a convocar a Enrique Cornejo y tentar la comuna limeña con objeto de que el viejo partido de Alfonso Ugarte vuelva a ubicarse en las grandes ligas nacionales, el partido de Haya voló en pedazos. ¿Es posible comprender estos hechos al margen de la influencia alanista? No es posible.

Si el Apra se fractura, entonces las tendencias autodestructivas de la balcanización social comienzan a ganar. Más aún cuando el irreflexivo antifujimorismo sueña con la división de Fuerza Popular a través del protagonismo de Kenji.

Si el partido político por antonomasia del siglo XX se fractura, entonces todo es líquido. El vértigo de la revolución digital y las redes y sus tendencias disgregadoras se habrán impuesto sin crear nada nuevo. En otras palabras, la nueva revolución industrial también puede favorecer a los caudillos, a los narcisismos desatados, en detrimento de las instituciones y los organismos colectivos. Un Alberto Fujimori intentando destruir Fuerza Popular a través del exagerado histrionismo de Kenji es parte de esa apuesta.

Triste que el último paradigma de un partido político empiece a mostrar estas fracturas sorprendentes. Muy lamentable que todo parezca indicar que a Alan García no le interesa un Apra fuerte, en proceso de renovación ideológica y programática hacia el 2021, porque finalmente el Apra es prescindible ante una nueva postulación en el Bicentenario del dos veces presidente. El líder pretende una tercera presidencia y en ese camino un Apra organizada es un problema antes que una posibilidad.

El gran Haya de la Torre nos enseñó todas las virtudes de la política heroica y de la austeridad pública; pero sobre todo legó al Perú la idea moderna de lo que significa un partido político. ¿El socialcristianismo, el acciopopulismo, las diversas y fugaces organizaciones de izquierda, serían explicables sin la influencia del hayismo organizativo? Parece que no.

La memoria de Haya se envuelve en leyendas, en programas, teorías y libros seminales, pero su vástago principal es el Apra, el viejo partido de Alfonso Ugarte. Alan García es el líder que levantó el veto político contra el aprismo y ganó dos veces la presidencia, pero también será el principal responsable de la destrucción del legado de Haya. En todo caso, no es tarde para reflexionar.

Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
19 de julio del 2017

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